viernes, 12 de septiembre de 2008

El invento del diablo...


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(...)
El Emperador. ¡Cómo desaparece el ceño que surcaba vuestra frente! ¿Dé qué procede la precipitación con que obráis?
El tesorero: Preguntad a los que han dado cumplimiento a la empresa.
Fausto. Es el canciller quién debe explicar este asunto.
El canciller, (adelantándose a paso lento.) ¡Qué dicha en mis últimos años! Al menos podré morir satisfecho. Prestadme atento oído y mirad la gran página del destino que acaba de convertir el mal en bien. (Lee). --Se participa al que desee saberlo, que vale ese papel mil coronas, se ha dado en garantía un gran número de bienes que habían desaparecido del imperio. Han sido adoptadas todas las medidas para que el rico tesoro, una vez reconquistado, sirva para la extinción del crédito.--
El emperador. Adivino hay aquí algún delito, algún monstruoso engaño. ¿Quién ha falsificado mi firma imperial? ¿Ha podido quedar impune tan grande crimen?
El tesorero. Tú mismo lo has firmado esta noche; el canciller y yo te hemos hablado en estos términos: -- Consagra en el placer de esta fiesta al bienestar del pueblo algunos rasgos de tu pluma--, y los has hecho claramente. Luego miles de operarios los han reproducido instantáneamente a millares, y a fin de que el beneficio fuese desde luego provechoso a todos, hemos timbrado en seguida documentos de toda clase de diez, de treinta, de cincuenta y de ciento. No podéis figuraros lo beneficioso que es para el pueblo; ved sino nuestra ciudad, poco ha desolada y en brazos de la muerte, cómo recobra la vida y se estremece de placer. Hace mucho tiempo labra tu nombre la dicha del mundo, pero nunca había sido pronunciado con tanto amor como ahora.
El emperador. ¿Reconocen mis súbditos en ello el valor del oro puro? ¿El ejercito y la corte admiten que se dé por paga? En este caso permitiré su circulación.
El Mariscal. Imposible sería detener el papel en su vuelo, pues tiene la velocidad del rayo. La tiende de los cambistas está abierta de par en par y se cambia el documento en oro o plata mediante alguna rebaja, encaminándose todos desde allí al mercado, a las panaderías y a las fondas. (…)
Mefistófeles (demonio): No habrá ya necesidad de cargarse de bolsas y sacos, porque una pequeña hoja de papel se lleva fácilmente en el pecho y hasta puede juntarse con las cartas de amor. El sacerdote la lleva piadosamente en su breviario y el soldado, para que sean sus movimientos más rápidos, procura aligerar su cintura. Su majestad me perdone si al parecer amenguo su grande obra apreciándola en sus menores ventajas. (..)

J.W. Goethe – Fausto.

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